miércoles, 2 de abril de 2008

cartas

“Iban a volver un día. Les temía, sabía que un día volverían. Por lo mismo no fue tan extraño que la puerta se abriera una noche, sin que nadie estuviera. Caminó con pasos lentos, lo que fuera camino con pasos lentos, sin sonido casi ingrávidos, como el miedo obstaculiza la memoria, yo no pude saber que pasaba, pense que era el gato que se había metido en mi cama, lo creía, lo quería creer. Hay que buscarle una explicación, la menos lógica no importa con tal que sea factible; cuando lo arrojé de la cama, cayo pesadamente al suelo y no pude siquiera comprobar que era pues al momento una terrible opresión en el pecho me impedía no sólo respirar, sino también moverme, menos aún podía gritar, ignoro el tiempo transcurrido, pero cuando la puerta se abrió y luego se cerrò, pude por fin moverme y es más podía de nuevo gritar, pero ya había pasado. En un primer momento pense en irme al cuarto de mis padres, lo pensé seriamente, pero ya no tengo cuatro años.

Es un enfrentamiento con alguien que no está, es una lucha en la cama sin motivo, sin propósito. Sé que voy a perderla porque ya no los veo, porque ahora se acercan y es más pueden tocarme. Cuando yo era niño, estaban siempre merodeando de la puerta a las paredes eran sombras en la penumbra, es difícil explicarlo, como siluetas casi blancas que se movían de la puerta a la pared. En las tinieblas, la luz debe ser sombra; y el grito que rompía el silencio y la noche era “allí están, allí están” y el grito era mío, y mi padre o mi madre en mi cama, donde tuvieron que volver, a mi lado intentando mostrarme que no había nada. Y la mano del niño con miedo dibujando una ruta en la basta penumbra intentando mostrarles por donde acechaban, y cualquiera de ellos levantándose aprisa a encender la luz, a borrar los fantasmas de cada noche; de cada puta y temida noche de la infancia. No te lo dije nunca, pero alguna vez tú me salvaste.
Por eso cuando en la lucha caigo, y pese a saber que voy a romperme las espaldas contra el velador en la caída no le temo a ella, y cuando abro los ojos es mi padre quien va a prender la luz y otra vez tengo cuatro años y no siento las lagrimas mojando mis mejillas sino una rabia infinita creciéndome en el pecho; además estoy en otra habitación.

Las imágenes se sobreponen al instante como pasados presentes, olvidados mucho tiempo; como inciertos futuros. Estoy luego afuera y hay dos chicos mayores que sin embargo tienen mi edad, la tienen ahora, pero ese momento son mayores, no sé, no puedo saber lo que están haciendo pero es algún trabajo, algo que desconozco; cuando de pronto en el aire se oye el amor de una pareja, liberado ya de las cuatro paredes, de sus cuerpos, de lo que la gente piense, liberados de todo y de todos, y los dos los que están trabajando me miran con una mirada de burla y comentan entre ellos y yo siento vergüenza, y no entiendo nada, pero ya no soy niño y no entiendo nada y vuelvo a tener cuatro años y uno de ellos comenta como para salvarme: “ya cállate Teresa”, y lo grita, grita por que no entiende, porque no sabe que sus palabras no pueden alcanzarlos, y yo me quisiera morir de no poder entregarte todo lo que mereces, de no poder darte todo lo que mereces, porque aún no entiendo. porque he vuelto a tener seis años.

Sin embargo te he visto. Con otro cabello, un cabello lacio, con el mismo color, y creo haberme visto igual lo siento, porque en ese presente yo no tengo espejo; pero igual que hoy conmovido en tu presencia, te he visto mirarme con ternura, con alegría, en otro presente, en otro pasado, y me admiro de verte y de que no hayas cambiado, y me duele no ser lo que esperas de mi, y me duele no ser lo que espero de mi para ti. Y me duele aún más el saber que esperas, que todavía esperas. Y todo va cambiar, porque todo se repite.
Y así todo se repite. ¿Y si todo se repite?, y si no somos más que la continuación de un sueño, de una aventura que se inició hace ya muchas vidas, al inicio pensé en el poeta y creí entender eso que decía, cuando decía yo es otro, y si yo es yo, nada más, desde el inicio hasta el fin de los tiempos, si somos culpables desde el inicio y no por amarnos, pero sí, somos culpables de una matanza de cinco siglos, de millones de muertes, de tres barcos que redondearon la tierra, de los redondeadores de la tierra en la hoguera.
Si todo se repite, era inevitable todo ese sufrimiento, todo ese padecer, para que tu y yo en los intrincados laberintos de este amor nos volviésemos a encontrar, nos volvamos a encontrar. Y pienso: que de no ser culpables igual todo eso se dio para este momento. De lo bello y lo cruel todos somos culpables, lo malo es que los malos no comprenden. Lo bueno es que los malos no lo saben. Y ya se fueron los fantasmas. y tengo sueño. y sueño.
Y te pienso.
Y te nombro.
Y porque te nombro, la que estaba con la cabeza reclinada en mi hombro, se levanta aprisa y molesta, y la mirò y no intento una disculpa, cierro los ojos y la memoria de mis dedos esta jugando nuevamente, con un cabello ensortijado que hoy no está presente, un cabello ensortijado que siempre. siempre está presente”.

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